domingo, mayo 24, 2009

EL ESPIONAJE PERUANO

Las sospechas expuestas por el jefe de la Agencia Nacional de Inteligencia, Gustavo Villalobos, ante los diputados la semana pasada, tienen un asidero en la historia y en la forma de operar de los agentes vecinos. Los casos son variados, desde micrófonos en la embajada de nuestro país en Lima, hasta la muerte de un agente ecuatoriano, quien fue quemado en los hornos del llamado “pentagonito”. Y también se cuenta el misterioso suicidio por envenenamiento de un ex militar chileno.

Cuando el martes de la semana pasada el director de la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), Gustavo Villalobos, dijo a los diputados de la comisión de la Cámara que el espionaje peruano podría haber comprado información al agente argentino Iván Velásquez detenido en Uruguay, quien hackeaba correos de diplomáticos y ministros chilenos, hablaba con conocimiento de causa y avalado por la historia.

Y es que los servicios secretos peruanos tienen dos prioridades básicas y lógicas para buscar información: Chile y Ecuador, países con los que limita y con los que mantiene conflictos históricos. Y en ello destinan gran parte de sus recursos y personal. Por eso es que adquirir información a un tercero sobre nuestro país es una solución en parte barata -sólo se transa con una persona- y menos riesgosa que otras, ya que se trata sólo de la violación de un e-mail.


Los servicios de espionaje peruanos han configurado una estructura interna basada en el estilo soviético y fueron readaptados durante la administración Fujimori por Vladimiro Montesinos, quien los dotó de tecnología y un amplio marco de acción. Una de las características que posee -a diferencia de Chile- es que muchos de sus espías operan desde sus embajadas al amparo de la inmunidad diplomática, como lo hacen la mayoría de los países.

Diversas fuentes consultadas por El Mostrador coinciden en la habilidad que tienen los servicios peruanos. Se dice que son grandes falsificadores, al punto de llegar a copiar, por ejemplo, pasaportes y documentos de todo el mundo, lo que ha traído más de un problema a la inteligencia chilena y a la ecuatoriana.

Fallas de seguridad
Sin embargo, debido a la gran cantidad de personal dedicado a estas labores es cotidiano que se produzcan filtraciones de información, no sólo de contrainteligencia, sino también de datos importantes para el servicio exterior. De hecho, en Lima por ejemplo, se han ventilado “chuponeos” o intercepciones telefónicas a personajes públicos cuyo contenido es publicado por la prensa, dejando en evidencia las falencias internas.

En este sentido, cuando un agente ha caído en desgracia, ya sea por fallas en su trabajo o por purgas internas, suele vengarse entregando información y esta motivación nunca es desperdiciada por los chilenos, dice una fuente que conoce del tema, quien asegura que hay un alto nivel de corrupción.

Es común que tanto la Armada, como la Fuerza Aérea y el Ejército “pinchen” muchos documentos peruanos, muchos de ellos originales, debido a que suboficiales, sargentos y cabos reciben mala paga. De allí que si este militar tiene acceso a la información y más aún, el potencial necesario, es un caldo de cultivo para el reclutamiento como agente. Si bien no es un acto sencillo que se haga de la noche a la mañana, las condiciones económicas de muchos uniformados hacen el trabajo de la inteligencia chilena algo más fácil.

Recuerdos del pasado

En la historia del espionaje peruano, tanto de sus actos con Chile como con los ecuatorianos, hay varios casos muy decidores. Uno de ellos se produjo en 2001, cuando el embajador chileno en Lima, Juan Pablo Lira, denunció que la sede diplomática estaba plagada de micrófonos, cuestión que las autoridades políticas negaron, pese al descubrimiento de los aparatos.

Otro hecho que permanece muy bien guardado, fue la muerte por envenenamiento -se dijo que fue un suicidio- de un ex oficial del Ejército chileno que residió durante varios años en Lima, hecho ocurrido a mediados de 2001. El ex uniformado prestaba asesorías para una empresa llamada Red Táctica, la misma que llevaba a ex miembros de las Fuerzas Armadas a Irak, y que pertenecía a un ex militar de nuestro país.

Y aunque en casos como estos nunca se podrá probar fehacientemente la mano de los servicios peruanos, los antecedentes de libros y reportajes en ese país entregan una visión de cómo se resuelve el destino de los agentes que son descubiertos.

Por ejemplo, en el texto escrito por el periodista Ricardo Uceda, “Pentagonito, los cementerios secretos del ejército peruano”, se da cuenta de la brutalidad de la guerra contra la subversión, pero también cómo se elimina a los espías extranjeros.

El caso más paradigmático se refiere al sargento ecuatoriano Enrique Duchicela, adscrito a la embajada de ese país en Lima, quien fue quemado en 1988 en los hornos del Pengonito, luego que la inteligencia peruana descubriera que había logrado armar una red de espionaje dentro del Ejército.

Otro caso es el del suboficial peruano Julio Vargas Garayar, quien fue sorprendido vendiendo información a Chile. Fue fusilado a fines de 1979.

No menor fueron las revelaciones de Vladimiro Montesinos que en una de las pocas entrevistas que ha otorgado sobre sus actividades, recordó que en uno de sus viajes a Chile, los espías de la embajada resolvieron seguir a una chilena que laboraba en la sede diplomática. Según reconoció, la mujer habría llegado hasta las oficinas de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE). Pero en el espionaje todo tiene un envés de sombra. Quizás la infiltración fue detectada muy tarde. Lo único cierto es que los actores de esta historia se llevarán el secreto a la tumba.

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